A cincuenta años del Rodrigazo, el brutal ajuste que reformateó la economía
El día en que se jodió la
Argentina
4 de junio de 2025 - 00:01
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La escena aparece sobre el
final de I...como Ícaro, la película de Henry Verneiul que narra la
investigación de un fiscal (Yves Montand) que busca esclarecer el crimen de un
presidente a manos de un tirador que aparece muerto después del magnicidio. La
historia semeja la del asesinato de John Kennedy: el fiscal descree de la
versión oficial y busca establecer que hubo una conspiración. Descubre una red
muy poderosa, capaz de desestabilizar un país (en una analogía con el Chile de
Salvador Allende). Para ver qué pasó en ese país lee diarios encuadernados. Y
la potente música de Ennio Morricone envuelve las imágenes de protestas
y descontento, que no pertenecen a la ficción: son de fines de
junio de 1975, en la Argentina.
En la tarde del 5 de junio
de 1975, en Buenos Aires, la Cámara de Diputados retomó su sesión del día
anterior, en la que continuó el debate sobre la expropiación de los bienes de
las empresas que habían manejado los canales de televisión nacionalizados en
septiembre de 1974. Durante el cuarto intermedio, en la noche del 4 junio, el
nuevo ministro de Economía había anunciado su paquete de medidas. Apenas se
había reiniciado la sesión cuando el diputado tucumano Juan Carlos Cárdenas, de
Vanguardia Federal, introdujo una moción de orden.
-Señor presidente: los
espectaculares anuncios formulados ayer por el señor ministro de Economía,
que –si usáramos un lenguaje muy de moda hace poco tiempo-podrían
calificarse como el Rodrigazo, obligan, a mi juicio, a replantear muchas
cosas, y entre ellas lo relativo a la disposición de los bienes públicos.
Menos de 24 horas después
de haberse iniciado una política de shock sin antecedentes en
la historia argentina, el programa del ingeniero Celestino Rodrigo ya tenía el
nombre con el que sería recordado. La derecha se encargaría de
matizarlo como un ajuste macroeconómico producto de la tensión de
precios y salarios congelados por el Pacto Social de 1973.
La realidad marcó que el Rodrigazo fue un quiebre en la economía
argentina: el inicio de la desindustrialización, el final de la sustitución de
importaciones en el país y el puntapié para desmantelar el Estado de bienestar.
Los días de junio de 1975 fueron el prólogo de los años de José Alfredo
Martínez de Hoz, con variables económicas devastadoras para millones de
personas en las décadas siguientes.
El contexto
Dicho de manera
resumida: la Argentina cambió el paradigma del modelo agro-exportador a
los ponchazos con la crisis de 1929, que planchó los precios
internacionales. La solución de los golpistas de 1930 fue aplicar medidas
estatistas a regañadientes, como la creación de las juntas nacionales de carnes
y granos, que regularon los precios internos, y el Banco Central. Federico
Pinedo, la mente más lúcida del elenco gobernante, propuso impulsar la
industrialización a través de la sustitución de importaciones, para lo cual el
Estado debía incentivar a través de la renta agro-exportadora. El
proyecto no prosperó, pero sentó las bases del Primer Plan Quinquenal del
peronismo.
Con Juan Domingo Perón, se
instauró el Estado de bienestar. El Instituto Argentino de Promoción e
Intercambio (IAPI) centralizó la renta de las exportaciones de carnes y granos
y así se financió la industralización, que se acercó a la etapa de la
industria pesada al momento del golpe de 1955. La llamada "Revolución
Libertadora" no pudo implementar lo que ocurriría dos décadas más tarde en
un gobierno peronista. La Argentina continuó en la senda de las
políticas keynesianas, con distintas variantes, hasta que el mundo cambió
en 1973.
En octubre de ese año, y a
raíz de la guerra de Yom Kippur, los países exportadores de petróleo agrupados
en la OPEP suspendieron sus ventas a las naciones que habían apoyado a Israel en
el conflicto. El precio del crudo se disparó y la consecuencia del
desabastecimiento llevó en Estados Unidos y Europa a la estanflación, la
combinación de alta inflación con estancamiento económico. El excedente de
capital que se produjo derivó en que los países de la OPEP depositaran el
excedente de los llamados “petrodólares” en bancos de Estados Unidos y Suiza.
Allí nació el negocio de prestar esos fondos a países de América Latina y
África, en el origen de la deuda externa.
A fines de los 70, un segundo
boom petrolero hizo que la Reserva Federal subiera las tasas de forma abrupta,
lo cual complicó más a los países deudores. La era del capital
financiero había llegado. La teoría keynesiana quedaba obsoleta y volvía a
escena la escuela liberal, pero recargada. El neoliberalismo hizo pie
con su discurso desregulador y privatista, y el mundo entró en la vorágine
del rentismo financiero.
Hacia el shock
Al momento de estallar la
crisis del petróleo, la Argentina llevaba cinco meses de gobierno peronista. Por
el sillón de Rivadavia habían pasado Héctor Cámpora y Raúl Lastiri. Juan
Domingo Perón inició su tercera presidencia el 12 de octubre. Desde el
25 de mayo, cuando asumió Cámpora, el ministro de Economía era José Ber Gelbard.
El líder de la Confederación General Económica (CGE), que reunía a parte del
empresariado, propuso el Pacto Social, que congelaba precios y,
tras un aumento salarial, propiciaba dos años de suspensión de las paritarias.
El objetivo era derrotar a la inflación, llevar a los asalariados a repartirse
el 50 por ciento del ingreso y sentar las bases para un crecimiento sostenido.
Pero el Pacto Social se
desgastó por el impacto de la crisis del petróleo. A lo que se sumaron
tensiones por los aumentos de precios, que los empresarios justificaban por la
suba de los insumos. Gelbard debió enfrentar las tensiones y el propio
Perón amagó con renunciar, en las horas previas a su último discurso, el 12
de junio de 1974. Como colofón, estaba la violencia política, que se
intensificó tras la muerte de Perón. En rigor, el Pacto Social había quedado
incorporado como una herramienta del Plan Trienal, lanzado en diciembre de
1973, que otorgaba un papel gravitante al Estado en la vida económica.
Ricardo Zinn: la mano derecha de Rodrigo y
arquiteco del programa económico del 4 de junio de 1975.
“Perón se tendría que haber muerto diez años antes o diez años después. Nunca ahora”, musitó Gelbard el 1º de julio de 1974, según cuenta María Seoane en El burgués maldito. En agosto, a instancias del ministro de Bienestar Social, José López Rega, se inició en el Senado la investigación por la alianza del Estado con Aluar, que involucraba a Gelbard y al exdictador Alejandro Lanusse en la fabricación de aluminio. Desgastado, y con la violencia creciente de la Triple A, Gelbard renunció en octubre y lo reemplazó Alfredo Gómez Morales, un ortodoxo de la economía peronista que había estado al frente del IAPI a comienzos de los 50. Cuando Isabel Perón lo designó ministro era presidente del Banco Central.
Gómez Morales devaluó el
peso un 50 por ciento en marzo de 1975, mientras el gobierno
peronista militarizaba Tucumán con el Operativo Independencia y reprimía a la
conducción opositora de la UOM en Villa Constitución. El ministro era tironeado
por la inflación, las presiones de la CGT por las paritarias y los reclamos del
empresariado de la CGE para acceder a créditos blandos. Mientras,
negociaba con el FMI.
La presión de los
sindicatos hizo mella en Gómez Morales. En mayo, la inflación estaba fuera de
cauce y el mercado negro concentraba casi la mitad de las operaciones.
Sin margen de acción, renunció a fin de mes y el lopezreguismo tomó por
asalto el ministerio de Economía a través del oscuro ingeniero Rodrigo.
Funcionario de Bienestar
Social desde mayo de 1973 (era secretario de Seguridad Social), Rodrigo
acompañó al ministro en sus actividades esotéricas. De hecho, Marcelo
Larraquy, biógrafo de López Rega, vinculó al ingeniero con el grupo
espiritualista y masón Caballeros Americanos del Fuego. En marzo de 1973 había
publicado Espíritu y revolución interior en la actual sociedad de masas,
un ensayo incluido en Cuadernos de cultura espiritual, Número 6,
editado por la Asociación de Cultura Espiritual Argentina. Allí se lee: “Hemos
dicho que quienes son libres y tienen conciencia individual de ser, renuncian a
gustos personales y a bienes prescindibles. Ofrendan su energía no gastándola
en forma egoísta y, al potencializarla por su amor puro y sumarla a la
de otras almas similares, despierta la conciencia de los hombres y los
mueve a construir una sociedad más perfecta”.
El 2 de junio de 1975,
Rodrigo fue en subte a la Casa Rosada, donde Isabel Perón le tomó juramento. Al
día siguiente asumió el secretario de Coordinación del Ministerio de Economía,
el virtual viceministro. Ricardo
Zinn era un exponente del pensamiento económico más
reaccionario y fue el ideólogo del programa lanzado el 4 de junio.
La mesa chica se completó con un economista de 31 años, que había simpatizado
con las ideas humanistas de Silo en su Mendoza natal y se acababa de doctorar
en Chicago: Pedro Pou, el futuro presidente del Banco Central con Carlos Menem
y Fernando de la Rúa. Al igual que Rodrigo, Zinn y Pou también eran
influidos por los Caballeros Americanos del Fuego.
Ese mismo 2 de junio,
Rodrigo habló por cadena, se refirió a una inflación “desordenada” y anticipó
que vendrían “medidas necesariamente severas”. Dos días después,
comenzó un ciclo que empobrecería a generaciones de argentinos. Ese 4 de
junio, el peso se devaluó en un ciento por ciento, los combustibles aumentaron
el 175 por ciento, la tarifa de luz tuvo una suba del 75 por ciento y se puso
tope a los aumentos salariales. No era un simple ajuste más. La Argentina
entraba en la dinámica del nuevo orden mundial. La estanflación había
llegado al país en forma de un programa económico propiciado por el alto
empresariado, que había decidido sepultar a la Argentina industrial.
La brutal devaluación
produjo una transferencia de recursos sin precedentes en el país, de la
clase trabajadora a los exportadores y al sector agrícola-ganadero. Por si
fuera poco, dos semanas después, la presidenta firmó un acta de compromiso con
la industria automotriz: por dos años no se pagaban insumos de las filiales a
las casas matrices, que reinvertían ese dinero a cambio de la liberación de
precios. La espiral inflacionaria se volvió incontrolable, con
desabastecimiento y un costo de vida que alcanzó el nivel de una
hiperinflación. La Argentina se volvió un país expulsivo, con un clima social
irrespirable.
Los sindicatos se pusieron
en pie de guerra. La UOM negoció un aumento del 130 por ciento.
Otros gremios tuvieron acuerdos similares y Rodrigo salió a decir que
su plan no resistía aumentos por encima del 45 por ciento. El 27 de junio,
el sindicalismo midió fuerzas. La CGT llamó a un paro y movilización a Plaza de
Mayo. La viuda de Perón saludó desde el balcón a una concurrencia de 100 mil
personas y al día siguiente se produjo el quiebre entre el Gobierno y la
central obrera: Isabel no homologó los convenios y dispuso un aumento
del 50 por ciento, al que se sumarían otros dos aumentos del 15 por ciento
en octubre y en enero de 1976. 80 por ciento en total.
Mayo había cerrado con una
inflación del 3,9 por ciento. La de junio fue del 21,1 y en julio saltó al 34,7
para bajar al 22,5 en agosto. El año acumularía una inflación del 335
por ciento. 1973, el año del Pacto Social, había acumulado el 60 por ciento
con una suba del PBI del 2,8 por ciento. En 1974 la inflación fue del 25 por
ciento y el PBI subió al 5,5 por ciento. La llamarada
hiperinflacionaria de Rodrigo y Zinn hizo que 1975 no registrara suba del PBI,
que quedó en cero.
Después de días de
negociaciones fallidas, la CGT decretó un paro de 48 horas para el 7 y 8 de
julio. En el medio, renunció el ministro de Trabajo, Ricardo Otero, y lo
reemplazó Cecilio Conditi. El paro se levantó al mediodía del 8 de julio cuando
Conditi acordó con la CGT la validez de todos los convenios firmados desde el
1º de junio.
La caída de López Rega
Horas más tarde, hubo
movimientos en el gabinete. El más notable fue la salida de López Rega. Una
semana más tarde se fue parte del equipo económico. Entre otros, renunció
Ricardo Cairoli, presidente del Banco Central. Sus discrepancias con
Rodrigo y Zinn eran totales. A las 48 horas se fue Rodrigo, después de un mes y
medio demoledor en el cargo. Lo reemplazó Pedro Bonanni. Casi a la misma hora
de la renuncia del ministro de Economía, López Rega dejó el país como embajador
plenipotenciario. No volvería hasta 1986, extraditado desde Estados
Unidos.
En rigor, el monje negro
del gobierno isabelino estaba en la picota desde semanas antes de que su
cófrade hiciera estallar la economía. Una investigación interna del
Ejército desnudó los vínculos del ministro con la represión paraestatal de la
Alianza Anticomunista Argentina, la Triple A. Antes que López Rega cayó el
jefe del Ejército, Leandro Anaya, al que reemplazó Alberto Numa Laplane. La segunda
línea del Estado Mayor, liderada por Jorge Rafael Videla, había hecho llegar el
informe sobre la Triple A al ministro de Defensa, Adolfo Savino, que respondía
a López Rega, y eso condujo al relevo de Anaya.
El 18 de mayo, el
terrorismo paraestatal había asesinado a Jorge Money, periodista de La
Opinión. El gremio de prensa respondió con un paro de 48
horas. Días después, asumió Rodrigo en Economía y López Rega debió
enfrentar no sólo el frente de la Triple A sino también el del sindicalismo.
En las primeras semanas de julio, el abogado Ángel Radrizzani radicó la
denuncia sobre las actividades de la Triple A y a López Rega no le quedó otra
alternativa que irse del país.
José López Rega: debió irse del país en medio de
las protestas.
El prólogo de Martínez de Hoz
La gestión de Bonanni en
Economía duró unas semanas y lo reemplazó Antonio Cafiero, que duró hasta fines
de enero de 1976. El nuevo ministro pasó a ser Emilio Mondelli, que en las
pocas semanas al frente del Palacio de Hacienda ensayó un intento de lo que
sería la política de su sucesor. Isabel había comprendido que para
desactivar la amenaza de ser derrocada había que llevar adelante el programa de
los golpistas. El 16 de febrero de 1976, el establishment recibió
al recién asumido Mondelli con un fenomenal lock-out patronal,
auspiciado por la Asamblea Permanente de Entidades Gremiales Empresarias
(APEGE), que reunía a las principales cámaras. El ministro tenía en
carpeta una mayor liberalización de la economía y más tarifazos, para lo cual
quería negociar con los sindicatos (el "no me lo chiflen mucho a
Mondelli" de Isabel en un acto en la CGT fue sintomático), y buscaba seis
meses de tregua. La respuesta llegó el 24 de marzo de 1976.
37 días más tarde de la
huelga empresarial, las Fuerzas Armadas asaltaron el poder y José Alfredo
Martínez de Hoz (uno de los organizadores del lock-out) se encargó
de perpetuar las líneas del Rodrigazo: reprimarización de la economía y
apertura comercial indiscriminada, combinados con salarios congelados y una
inflación anual no menor al ciento por ciento. En resumidas cuentas: la
destrucción del mercado interno. Y el comienzo de la suba de los índices de
pobreza e indigencia. Más allá de la violencia política, el beneplácito de gran
parte de la sociedad argentina ante el golpe se asentó en un dato
insoslayable: el salario real se había depreciado un 25 por ciento
respecto del momento de la asunción de Cámpora.
La faena se completó en
febrero de 1977 con la reforma financiera, vigente hasta hoy. A partir
de entonces, el sistema financiero argentino pasó a ocupar un lugar preeminente
en la vida económica, en desmedro de sectores productivos. La expulsión de
trabajadores industriales del sector fabril en vías de ser desarticulado (la
"miseria planificada" a la que se refirió Rodolfo Walsh en su Carta
abierta de un escritor a la Junta Militar) fue radiografiada así por
Alejandro Horowicz en La democracia de la derrota, texto de 1991:
“Entre 1976 y 1982, según
el último censo publicado por el Indec, la clase obrera industrial vio
reducida su presencia en el aparato productivo en 300 mil plazas. De más de
2,1 millones de operarios, cayó a 1,8 millones, lo que equivale a una merma del
15 por ciento. La merma se vio acompañada de un recorte –a valores constantes-
del salario-horario-real, que osciló, según la rama de que se trate,
entre el 40 y 60 por ciento con relación al de 1974. Esta disminución en un
lapso tan breve no tiene antecedentes en la historia política nacional. Para
buscar un momento de salario obrero tan deprimido es preciso remontarse hasta
el período 1930-1933. Es decir, las peores condiciones sobre las que se
tiene registro estadístico”.
La Argentina previa al
Rodrigazo tenía una pobreza del cuatro por ciento, en un contexto en el
que pobreza y desocupación eran sinónimos. Medio siglo más tarde, la
pobreza se multiplicó por diez y hay trabajadores formales que son
pobres.
Décadas de retroceso
El nuevo programa expulsaba
así a cientos de miles de trabajadores. Y se revirtió el ciclo
distributivo de los años del Estado de bienestar vigente desde el primer
peronismo. Cada generación es más pobre que la anterior desde 1975. El
reparto del PBI, que bordeó el fifty-fifty en 1974, retrocedió
a menos de la mitad para los asalariados. Aquel reparto casi equitativo casi
llegó a darse en los años del kirchnerismo, aunque con pobreza de dos dígitos y
la mitad del país en la informalidad laboral.
Datos del Indec sobre la concentración de la
riqueza.
Así evolucionó la concentración de la riqueza desde
el Rodrigazo.
Hernán Neyra, profesor de
la Universidad Nacional de Moreno, aporta datos para comprender la magnitud de
lo ocurrido. “Si se compara el ingreso del diez por ciento más rico de
la población con el del diez por ciento más pobre, la relación era doce
veces mayor en octubre de 1974, mientras que hoy es de 17 veces mayor”. O
sea, aumentó la concentración de la riqueza.
Otro número a contemplar, a
modo de comparación, es el del PBI respecto a Brasil. Hasta mediados de
los 50, la Argentina estaba por delante, Brasil la alcanzo y la comenzó a
superar a fines de los 60. 1975 fue un quiebre total: “El PBI de Brasil supera
los 2 billones de dólares mientras que el de la Argentina no pasa de los 650
mil millones de dólares”, afirma Neyra según datos del Banco Mundial. Vale
decir, la Argentina apenas llega a algo más del 25 por ciento del PBI del país
vecino.
El ciclo abierto hace medio
siglo se resume en dos palabras: disciplinamiento social. Desde la
estampida de precios de junio de 1975, la Argentina convivió con una inflación
anual del ciento por ciento en los años siguientes, salvo en 1980, cuando fue
del 88 por ciento y en 1986, cuando fue del 82 por ciento bajo el Plan Austral.
Así hasta la híper: quince años traumáticos que desembocaron en la
convertibilidad. En el medio: el terrorismo de Estado, Malvinas, los años
de la plata dulce y el empobrecimiento paulatino de la sociedad argentina.
En La disciplina
como objetivo de la política económica, un texto de 1980, Adolfo Canitrot
(que sería viceministro de Economía de Raúl Alfonsín entre 1985 y 1989),
analizó la nueva economía argentina de la segunda mitad de los 70. Para la alta
burguesía, capitalismo y democracia eran conceptos antagónicos (como lo habían
sido en los años 30) y el nuevo país que asomaba con el Rodrigazo era
imposible de gobernar bajo el sistema representativo. La transferencia de
recursos del sector industrial a los sectores financiero y comercial debilitaba
a la clase obrera, ergo, se debilitaba al peronismo, que no tenía contrapeso
electoral. Esa sería la victoria postrera de la dictadura: desgajar a
la dirigencia sindical peronista de los trabajadores, lo que en cierta
medida explica la victoria de Alfonsín en 1983. Ese nuevo orden lo abrieron
Rodrigo (fallecido en 1987) y Zinn (muerto en 1995 en el accidente aéreo en
Ecuador que también le costó la vida a José Estenssoro, titular de YPF al que
asesoraba) y las consecuencias llegan al presente.
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