Diario La Bastilla

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23/09/2025

15:58 0

 A 70 años del golpe al gobierno de Juan Domingo Perón

El día que bombardearon la provincia de Buenos Aires

Esta semana se cumplieron siete décadas del derrocamiento de la primera gestión justicialista. Los ataques en territorio bonaerense que prepararon la asonada militar. 

Por Eva Moreira

21 de septiembre de 2025 - 00:53

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La Marina de Guerra bombardeó la Escuela de Artillería y los tanques de combustible de YPF.. Imagen: Gentileza


Un oficial está callado. Espera paciente en una oficina de la base Aeronaval Comandante Espora la confirmación telefónica de lo que un emisario de Buenos Aires en persona le anunció el día anterior: la sublevación comenzará a la hora cero del 16 de septiembre y desde Puerto Belgrano se comandará el golpe contra el gobierno constitucional del general Juan Domingo Perón.


Puerto Belgrano, la base naval más grande de la Argentina con asiento en Punta Alta, y de la cual depende la Base Comandante Espora, situada a 9 kilómetros de Bahía Blanca, tenía en aquel entonces una magnitud de poder extremadamente relevante, y allí se iba a constituir el comando de operaciones de las fuerzas golpistas de septiembre de 1955.


Tras la llamada que confirmó el comienzo del golpe, el capitán de navío Jorge Perrén y un grupo de altos jefes y oficiales tomaron la Base a la espera del capitán Arturo Rial, que llegaría desde Buenos Aires. En Puerto Belgrano, Rial activó los preparativos para el golpe, lo que se tradujo en aviones ubicándose en la pista mientras que por el camino que une a Espora con Puerto Belgrano se transportaban bombas y espoletas para cargar en los Catalinas.


Luego del bombardeo a Plaza de Mayo, en junio de ese año, el gobierno peronista había ordenado retirar los elevadores a todos los aviones, incluso a los que estaban en reparaciones. Estas partes indispensables de los aviones y las bombas se trasladaron a Puerto Belgrano. Las espoletas se llevaron más lejos, a Zárate. La medida obstaculizó el mecanismo operativo de la aviación naval, pero por tiempo breve. El 3 de septiembre los jefes de la Marina lograron la autorización para hacer vuelos locales, lo que permitió que la Base Espora pusiera en servicio todos sus aviones en un solo día.


La Base Espora era en ese momento la base aeronaval más importante del país. La Base Aeronaval Punta Indio había sido prácticamente desmantelada después del 16 de junio. Sus oficiales estaban exiliados, en la cárcel o habían sido dados de baja después de la masacre que habían ocasionado en Plaza de Mayo, donde bombardearon a cientos de civiles.


Dos horas después de la hora cero anunciada, estalló el alzamiento militar en Córdoba. Los cañones de la sublevada Escuela de Artillería, al mando del general Eduardo Lonardi –líder del alzamiento–, abrieron fuego sobre la vecina Escuela de Infantería, hasta entonces leal al gobierno.


Para esa hora Puerto Belgrano y Comandante Espora ya se alistaban para atacar a las fuerzas leales a Perón que se movilizarían para repeler los primeros movimientos del golpe en marcha.


A partir del 17 de septiembre el gobierno nacional comenzó a movilizar varias columnas del ejército leales a la Constitución para combatir los focos rebeldes. Pero en la medida en que esas tropas avanzaban por la provincia de Buenos Aires, los aviones que despegaban de la Base Espora bombardeaban los puentes carreteros y ferroviarios impidiendo su paso, o directamente apuntaban contra el regimiento si este no se rendía.


El Regimiento N° 5 de Infantería, con asiento en Bahía Blanca, decidió no plegarse al levantamiento. Fue el primero en sufrir los bombardeos de los aviones de la Marina de Guerra. Los bahienses corrían al ver los vuelos rasantes sobre la ciudad.


Otro violento enfrentamiento se produjo en Ensenada, donde unidades sublevadas de la escuela naval cruzaron el Río Santiago con el objetivo de tomar la ciudad de La Plata. La avanzada fue resistida por integrantes de la Guardia de Infantería de la policía de la provincia junto a vecinos de esa localidad obrera fuertemente ligada al peronismo. La llegada de las tropas leales al Regimiento de Infantería N° 7 con asiento en La Plata marcó el repliegue de los marinos y su posterior retiro de la capital provincial.


En tanto, los regimientos de Olavarría, Tandil, Azul y Mar del Plata que se dirigían hacia la localidad portuaria para combatir el alzamiento, fueron acosados por las bombas de los aviones golpistas y tuvieron que desviarse hasta Sierra de la Ventana.


Por otros caminos viajaban el Regimiento N°3 de La Tablada, la Caballería de Santa Rosa, y el N° 5 de Artillería de General Pico, pero el ataque insistente de los bombarderos navales los obligó a refugiarse en los pueblos bonaerenses cercanos, que fueron testigos de las bombas.


El Regimiento de Infantería N°3, unidad que había participado en la defensa de la Casa de Gobierno el 16 de junio, fue el que recibió la mayor parte del fuego aéreo.


El domingo 19 de septiembre, las tropas leales al mando del general Eusebio Molinuevo, refugiadas en Tornquist, se rindieron ante la amenaza de Rial de bombardear el pueblo serrano.


El golpe militar para derrocar al gobierno, que había comenzado en Puerto Belgrano y Córdoba, se replicaba ahora en distintas provincias y ponía en jaque al gobierno peronista.


Mientras la Marina amenazaba con volar los depósitos de combustible de La Plata y Dock Sud, desde la base naval de Puerto Belgrano zarparon las naves de la flota de mar que bombardearon las destilerías de Mar del Plata y las que amenazaron con extender la destrucción sobre Buenos Aires si no renunciaba Perón a la presidencia.

                   Las destilerías de Mar del Plata luego de los ataques.

 

En las primeras horas del 20 septiembre, bajo una llovizna insistente, el general Perón se subió al Cadillac presidencial rumbo a la embajada de Paraguay, y luego se dirigió a la cañonera de ese país, fondeada en el puerto de Buenos Aires, para partir hacia el exilio.


Con Perón fuera de la Argentina, Lonardi resolvió establecerse como presidente, con el capitán Arturo Rial como secretario general de Gobierno y el comodoro Julio Krause como secretario de Relaciones Exteriores.


A varios pueblos de la provincia de Buenos Aires, al igual que a otras localidades del interior del país, les quedaría reconstruirse. Los daños de las bombas y las ametralladoras dejaron huellas notorias en muchos poblados, pero quedaron principalmente grabados en la memoria de los vecinos, muchos de los cuales corrieron fuera de sus casas buscando un mejor refugio cuando los aviones de la Marina atacaban.


Los muertos del '55 tardaron en contarse. El Estado argentino se demoró 55 años para abordar los hechos que formaron parte del golpe que derrocó al gobierno de Juan Domingo Perón. La investigación, iniciada bajo la ley 26.564, que amplió los beneficios de las Leyes 24.043 y 24.411 para otorgar una reparación patrimonial a quienes sufrieron detención o desaparición forzada por motivos políticos entre el 16 de junio de 1955 y el 9 de diciembre de 1983, buscó incluir a las víctimas del accionar de los rebeldes en los levantamientos del ´55.


El Archivo Nacional de la Memoria (ANM) se cargó al hombro esa investigación de los acontecimientos que posibilitó el recuento de las víctimas y la indagación documental. Hasta ese momento los aportes más significativos al tema los habían realizado autores identificados con la autodenominada “Revolución Libertadora”, por lo que el número de los fallecidos, y la identidad de muchos de ellos, quedaron fuera de los textos de historia y de las crónicas posteriores.


En junio de 2010, el ANM publicó una investigación con datos inéditos sobre el bombardeo del 16 de junio de 1955 a la Casa de Gobierno y a la Plaza de Mayo. Más tarde, en 2019, dio a conocer información sobre el golpe del 16 de septiembre de 1955. En su relevamiento documental abarcó pesquisas de libros obrantes en los registros civiles y cementerios de las localidades donde se produjeron los sucesos de septiembre.


El Archivo Nacional de la Memoria pudo identificar 156 víctimas mortales de septiembre de 1955, entre quienes se encuentran civiles y militares defensores del orden constitucional al cual prestaron juramento, y sediciosos que –valiéndose de los atributos y medios otorgados por y para la nación– atentaron contra las instituciones democráticas.


El objetivo de aquel trabajo fue principalmente identificar a las víctimas, y obtener y preservar documentación vinculada con el quebrantamiento de los derechos humanos para seguir construyendo memoria.


Fuente: Página/12

 

15:56 0

 La celebración de los trabajadores y pacientes del Garrahan 

"Se metieron con la gente equivocada"

El rechazo al veto a la ley de Emergencia Pediátrica despertó una emotiva celebración en la Plaza Congreso, en la que abundaron historias de vidas salvadas. 


Por Karina Micheletto

 

18 de septiembre de 2025 - 15:19

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. Imagen: NA


Fue un gran desahogo colectivo, un motivo y un momento para celebrar -al fin-, o como dice un médico del Garrahan después de abrazarse entre lágrimas con la mamá de una pequeña paciente, "un respiro para seguir en carrera". Los votos que dieron vuelta los vetos de Milei al Garrahan y a las universidades fueron seguidos en un momento de máxima tensión en la Plaza Congreso, en el que trabajadores del hospital y familiares contaron con tensión cada voto, como en una final por penales. Hubo hurras y abucheos, según los casos -especialmente, en las abstenciones-. Finalmente, se desató en una plaza Congreso colmada un festejo extendido en dos oleadas, primero por el hospital de pediatría, y enseguida por la defensa de la educación pública. Y también como en un mundial, no faltaron los cantitos, los abrazos prolongados y las lágrimas. 


Uno de los que más abrazos reparte es Pablo Puccar, jefe de la sala de cuidados intermedios del Garrahan. Sus palabras claras y concretas sobresalieron en varios programas, y por eso son muchos los que ahora lo reconocen, lo felicitan, se alegran con él. "Aunque desde el Congreso nos decían que los números daban, estábamos bastante nerviosos y ansiosos, porque nunca se sabe. Esto no es la solución total al tema pero es un paso fundamental, es un poquito de aire para seguir", celebra. 


Puccar se abraza a María, mamá de Amorina, y vuelve a emocionarse: "esta gente hizo una movida increíble apoyándonos, estamos muy agradecidos", dice sobre los familiares. "El es el doctor que nos acompañó en todo el tratamiento de cáncer de mi hija. El que, sabiendo todo lo que sabe, nos dijo que Amorina, una niña autista sin lenguaje, lo guió para entender qué hacer", agradece a su vez la mujer. 

 


Las y los médicos y residentes se organizaron en un sector de la plaza, con una gran bandera, sus guardapolvos blancos con el distintivo del hospital, sus credenciales al cuello. Junto a ellos, padres y madres también vinieron organizados con sus pecheras y banderas. "Se metieron con la gente equivocada para golpear. La vida nos ha puesto en un lugar de lucha desde un principio, nos ha enfrentado a las adversidades mayores, ¡mirá si no íbamos a reaccionar ahora!", le dice Ishi Martín a Página/12. Es uno de los padres que conforman el colectivo de familias Soy Garrahan, que tomó un papel activo en el reclamo por la emergencia pediátrica. 


Ishi es papá de Amapola, que hoy tiene 13 años y a la que el Garrahan "le salvó literalmente la vida". "Me dijeron que mi hija no iba a caminar, que iba a ser un vegetal. Nació con una cardiopatía congénita y estos médicos le reconstruyeron el corazón, en palabras simples eso fue lo que hicieron. Lo menos que podemos hacer es acompañarlos cuando los agreden como los están agrediendo", advierte. 


Aldo Haimovich es médico de terapia del Garrahan jubilado. "Es muy importante lo que hicieron los familiares, porque una cosa es que lo digamos nosotros, otra es que el paciente cuente su vivencia", agradece también.  


Cuando el veto a la emergencia pediátrica se cae, estallan los cantos: "¡No se toca, el hospi no se toca!", "¡Olé, olé, olé, olá, los residentes, al hospital, precarizados no vamos a trabajar!". 


Cuando se les pide que citen un ejemplo concreto de la emergencia que atraviesa el hospital, todos remiten al vaciamiento que provocan salarios inéditamente bajos: "Sufrimos la renunica de 250 profesionales con 15, 20 años de formación, personal altamente calificado. Eso es muy difícil de recuperar. Y se siguen yendo", lamenta Juan Manuel Lazzati, bioquímico del Garrahan, a cargo del Laboratorio de Endocrinología. 

 


Juan Martín vino con su hija Martina, estudiante de historia "y defensora de la educación y la salud pública siempre, porque está comprobado que lo público es lo mejor", se presenta. 


Pasa Luis Zamora, con su traje impecable de siempre, se queda charlando sobre la contundencia de lo que ocurrió adentro y afuera del Congreso. Juan Martín le agradece porque "viene acompañando siempre al Garrahan". Se le pide unas palabras y el exdiputado tira un título: "¡Vetazo a Milei!". "Después te explico quién es", le dice el padre a la hija, y se van a recorrer la plaza, abrazados. 


"Lo de hoy es una expresión de la gente eligiendo la salud y la educación públicas: el pueblo se está expresando", resume Mauro García, coordinador médico de terapia intensiva del Garrahan. "Inventaron todo tipo de mentiras, pero no pudieron torcer lo que es evidente. Una encuesta de Zuban Córdoba mostraba hace poco que el hospital tiene el 94 por ciento de imagen positiva, eso se expresa hoy acá", se alegra al ver la gente que sigue entrando a la plaza.


Jorge Yabkowski y María Fernanda Boriotti, de la Federación Sindical de Profesionales de la Salud, están literalmente llorando. "Es muy emocionante ver la contundencia de la unidad en la calle. Milei está en tiempo de descuento. El rey está desnudo", observan. 


Cerca de esta escena tiene su gacebo la Asamblea Disca, un colectivo formado por diferentes organizaciones como Prestadrxs Organizadxs, Orgullo Disca, Red en Discapacidad. Desde otro colectivo directamente afectado, y desde el logro pionero de la ley de Emergencia en Discapacidad, Laura Alcaide y Lorena Aguirre hablan de "resistencia disca": "Venimos resistiendo desde que empezó este gobierno junto a los jubis. Estamos demostrando que las personas con discapacidad no somos vulnerables, nos vulneran nuestros derechos", dice Laura. 


"Los lisiados, los deformes, los mostris, los que estamos todos rotos, nos plantamos en la primera línea para lograr un veto histórico. Es un principio, hay que seguir. Y ahora venimos a apoyar la emergencia pediátrica y la educación para todos", suma Lorena.  


Con un impresionante operativo que valló todas las arterias principales alrededor del Congreso, durante toda la tarde hubo un movimiento incesante en las calles adyacentes. Sobre Rodríguez Peña, una fornida columna del trabajadores de la Alimentación de la CGT, se encontrtaba con la festiva batucada feminista de las chicas de Talleres Batuka, en una celebración bien diversa y compartida ya en la previa a la votación. 


La desconcentración es lenta, los cantos siguen por Callao, cortada al tránsito desde Corrientes. La gente parece querer quedarse a festejar y también a hablar, a reponer lo que pasó: 181 votos contra 60 a favor de la Ley de Emergencia Pediátrica; 174 contra 67 para el financiamiento universitario, los números de adentro del Congreso son tan contundentes como los de afuera. Hay mucho "suelto" -más allá de las distintas y nutridas columnas de movimientos estudiantiles, CGT, las CTA, Derecho al Futuro-. 


La policía se despliega tras el enorme vallado pero no interviene, no avanza, no hay agresiones ni a manifestantes ni a la prensa: queda claro que hubo un cambio en la ofensiva de gobierno y los "violentos" no aparecieron esta vez.  


Además de los cantitos por la educación y por la salud, un hit suena repetido en distintas esquinas: "Alta coimera...". Un vendedor con su heladerita se gana más de una venta y muchas sonrisas con su ocurrencia: "¡Hay agua, hay coca, hay cerveza! ¡Aproveche que sale sin el 3 por ciento de Karina!" 



Fuente: Página/12

 

15:54 0

 A 70 años del golpe que derrocó a Juan Domingo Perón 

"Lo que dejo en el alma de cada peronista, no lo destruirán jamás"

Tres meses después del bombardeo a Plaza de Mayo, los militares se hicieron con el poder el 16 de setiembre de 1955. La trama de complicidades que posibilitó el desplazamiento del lider popular que con su movimiento cambió la historia argentina. 

Por Cristian Vitale

 

Juan Perón, refugiado en la cañonera antes de partir hacia Paraguay. Imagen: Archivo


“Sin 16 de junio no hay 16 de setiembre” Historia aún reciente. Candente. El nexo entre ambas fechas conecta dos de los días más funestos de la historia argentina. El 16 de junio de 1955, cuando los bombardeos al estilo de la blitzkrieg nazi de la aviación naval sobre Plaza de Mayo y otros puntos de la ciudad de Buenos Aires dejaron 308 muertos y más de mil heridos, sin dudas el atentado terrorista más grande de esta historia, con el golpe cívico-militar del 16 de septiembre (del que hoy se cumplen 70 años) que derrocó al gobierno constitucional de Juan Perón, e inauguró la saga de gobiernos liberales que han sido mayoría hasta hoy. Aún con su carga de ironía y odio, la frase, que encabeza esta nota, escrita por Arturo Zavala –militante de los comandos civiles antiperonistas-- en la revista Esto es, abruma de sentido. Básicamente, porque después de las bombas asesinas de junio el gobierno constitucional de Perón entró en una fase de comprensible desorientación ante el desastre que por supuesto allanaría el camino a los golpistas. Tras el ataque terrorista, la oposición casi en bloque -de izquierdas a derechas, de liberales progresistas a liberales conservadores- no solo soslayó campante lo gravísimo de la tragedia, sino que también aumentó sus afrentas y conspiraciones. De aquí el lamentable acierto de la frase de Zavala… las bombas generaron sin dudas las condiciones que convertirían en realidad los húmedos sueños golpistas.


Después de los bombardeos –así empezaban a devenir los días entre fecha y fecha- Perón calificó de criminal el intento y destacó la unidad pueblo-ejército que a la sazón y pese al grave costo de víctimas, había derrotado la rebelión de los marinos y sus aliados civiles. “Ustedes saben mejor que yo que el Ejército era una organización no querida por el pueblo. Y eso se debía a que la oligarquía lo empleó siempre para oprimir al pueblo como el acicate de su fuerza, para explotarlo y escarnecerlo”, recordaba el líder, y comparaba a la vez con aquel presente de las fuerzas militares que había repelido a la subversión bombardera. “Hemos visto cómo esos muchachos del pueblo, sonrientes y heroicos, han parado la traición y la violencia. Esta es otra conquista más de nuestro movimiento: la unión del gobierno, el pueblo y el ejército”.


Días después, Perón decidió no fusilar a Samuel Toranzo Calderón y Aníbal Olivieri, cabecillas del ataque junto al vicealmirante suicida Benjamín Gargiulo, pese a que legitimaba el estado de guerra interno. La pena que le terminó cabiendo al primero fue de reclusión por tiempo indeterminado, mientras que al complotado ministro de Marina le aplicaron solo un año y medio de prisión que, por supuesto, quedaría sin efecto tras el golpe de setiembre. La estrategia pacificadora de Perón –porque esto es lo que fue- aumentó a partir del reconocimiento de que durante sus gobiernos se habían limitado ciertas libertades aunque justificadamente dado que ello había sido en pos de lograr los objetivos pregonados por el movimiento nacional: la independencia económica, la justicia social y la soberanía política. “Con una absoluta licencia para que todo el mundo hiciera lo que quisiese, nosotros no hubiéramos podido cumplir con nuestro objetivo. Lo hemos hecho siempre de la mejor manera, en la medida indispensable” admitió el General, al momento de restablecer garantías, derechos y libertades.


El propósito de Perón durante la desesperante transición entre los bombardeos de junio y el golpe de setiembre pasaba por evitar que se siguiera derramando sangre entre argentinos. Pero no era este el fin de sus opositores. A la propuesta oficial, que entre otros gestos incluyó la renuncia de casi todo el gabinete nacional, la oposición contestó con ataques de toda laya y tenor. El 27 de julio, por caso y en solapada concordancia con Lonardi y Aramburu –cada quien conspiraba por su lado-, el dirigente radical Arturo Frondizi se despachó con un pomposo y grandilocuente discurso por radio Belgrano, en el que sacó a relucir ideales que su partido, en general, suele esconder cuando gobierna. Le pasaría al suyo con la inflamada cuestión de los contratos petroleros, por caso. Días después, en otra temeraria estocada de las varias que hubo contra el gobierno popular, el dirigente conservador Mario Amadeo pedía al Ejército que “salvara a la Argentina de las manos de Perón”.


Cosas así sucedían hasta que el nodal 31 de agosto de 1955, convencido de que la belicosidad opositora a la que llamaba “minoría combativa y decidida” no cedería, Perón cambió radicalmente la táctica y triplicó la apuesta. La quintuplicó, dicho mejor. “Cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos”, vociferó ante una multitud convocada por la CGT en Plaza de Mayo. “No quieren la pacificación que le hemos ofrecido. De esto surge una contestación bien clara. Quedan solamente dos caminos: para el gobierno, una represión ajustada a los procedimientos subversivos, y para el pueblo, una lucha que condiga con la violencia a la que quieren llevarlo. O luchamos y vencemos para consolidar las conquistas alcanzadas, o la oligarquía las va destrozar al final”.


La acción posterior del General fue implantar el estado de sitio, e iniciar un intenso raid de reuniones con dirigentes políticos y sindicales en busca de intensificar la depuración de adulones –que lo rodeaban en cantidad, a esa altura- mientras la oposición, que tomó la bravuconada del líder como otro signo de debilidad, prosiguió firme con sus intentos destituyentes. Tras una fracasada sublevación en Río Cuarto, Córdoba, a cargo del general converso Dalmiro Videla Balaguer, Eduardo Lonardi finalmente aceptó el insistente pedido del conspirador Arturo Ossorio Arana para levantarse desde la Escuela de Artillería de esa provincia. Y aquí sí ya no habría vuelta atrás. El viernes 16 de setiembre, tres exactos meses después de los bombardeos, Lonardi, que al igual que Ossorio Arana había sido parte del intento de golpe de 1951, activó el plan. Se sumaron a él la Escuela Naval de Río Santiago, la base naval de Puerto Belgrano –la infantería de marina llegó a tomar Bahía Blanca- y el Regimiento de Blindados de Curuzú Cuatiá, a instancias de Pedro Eugenio Aramburu, que sin embargo no pudo concretar su plan. Hubo además apoyos logísticos británicos a la Marina de Guerra. A propósito, el lúcido Raúl Scalabrini Ortiz, firme defensor del Movimiento Nacional en esos días aciagos, se preguntaría en un artículo de la revista Qué de dónde había sacado el poder de fuego dicha fuerza, si es que había sido desarmada después de los bombardeos. La respuesta rebozaba en verosimilitud: los británicos habían proporcionado las espoletas y el petróleo.


La otra amenaza de bombardeo

En fin, entre toda esa bruma septembrina que impedía ver el desenlace, hubo un hecho que haría torcer el brazo de Perón: el bombardeo de seis buques de la Flota de Mar a instancia del almirante Isaac Rojas con apoyo de la Aviación Naval y –justamente- la Royal Navy, sobre la destilería de petróleo de Mar del Plata, ciudad que los golpistas habían intentado tomar sin éxito inmediato. La espantosa acción de los agresores sumada al recuerdo fresco de las bombas de junio, duplicaron las dudas del líder. Máxime, porque sabía él que desde la tarde del 18 que el mismo Rojas amenazaba con bombardear también la refinería de La Plata –se llegaron a tirar bombas en la planta de Ensenada, de hecho- y los depósitos de combustible de Dock Sud, ambas ubicadas muy cerca de barrios obreros. “Me preocupaba la amenaza de bombardeo a la población civil. También la destilería de petróleo ‘Eva Perón’, una obra de extraordinario valor para la economía nacional”, contaría Juan Domingo tiempo después. “Influenciaba también mi espíritu la idea de una posible guerra civil de amplia destrucción y recordaba el panorama de una pobre España devastada que presencié en 1939. Muchos me aconsejaron abrir los arsenales y entregar las armas a los obreros que estaban ansiosos de empuñarlas, pero eso hubiera representado una masacre y, probablemente, la destrucción de medio Buenos Aires”.


La reacción de Perón ante el sombrío cuadro fue llamar a Franklin Lucero, ministro de Ejército de leal acción durante los bombardeos, e indicarle que era menester detener la masacre. El lunes 19 el aún Presidente decidió entonces delegar en el Ejército la situación política, ya imposible de destrabar a través suyo. Si bien, como contará el mismo Perón en una entrevista a la agencia United Press dos semanas después, las posibilidades de éxito para las fuerzas leales eran “absolutas”, estaba sumido en vertiginosas contradicciones. Finalmente, optó por redactar una carta en la que delegaba el poder a una Junta de Generales que daría lugar a muchas interpretaciones y polémicas. En efecto, los integrantes de la flamante Junta presidida por el general José Domingo Molina tuvieron diferentes miradas sobre la carta escrita por Perón para que el Congreso Nacional decidiera su destino. “Estoy persuadido de que el pueblo y el Ejército aplastarán el levantamiento, pero el precio será demasiado cruento y perjudicial para sus intereses permanentes (…) Ante la amenaza de bombardeo a los bienes inestimables de la Nación y sus poblaciones inocentes, creo que nadie puede dejar de deponer intereses o pasiones”, redactó Perón, en una parte de la misiva que Lucero leería ante sus camaradas.


La Junta, pese a la sutil ambigüedad del mensaje, tomó la carta como una renuncia definitiva. “Al enterarme de semejante cosa, llamé a la residencia a los generales y les aclaré que la nota no era una renuncia sino un ofrecimiento que ellos podrían usar en las tratativas. Les aclaré que si fuera una renuncia estaría dirigida al Congreso y no al Ejército ni al pueblo, como asimismo que el presidente constitucional lo era hasta tanto el Congreso no le aceptara la renuncia”, contará Perón. No fue eso lo que interpretó, por ejemplo, Francisco Imaz, otro notorio converso que integraba la Junta en carácter de Jefe de Operaciones del Estado Mayor del Ejército. Fue él quien, además de dar la orden de "Alto el fuego" a las tropas leales en los focos de conflicto, exigió la entrega del poder a los subversivos a punta de metralla durante una reunión decisiva en el Ministerio de Ejército, y provocó que la Junta, en la que Perón había derivado su poder provisoriamente “para no ser el problema”, terminara rindiéndose ante los ultraviolentos conspiradores. La ulterior “sugerencia” del general Ángel Manni a Perón para que pusiera “cuanto antes” distancia del país si quería salvar su vida, quebró definitivamente su voluntad.


La cañonera paraguaya

El martes 20 de setiembre, acompañado por el mayor Ignacio Cialceta y un oficial de policía de apellido Zambrano, el presidente depuesto se dirigió a la embajada del Paraguay, país al que le había devuelto durante su gobierno las medallas de la Guerra de la Triple Alianza. Su primer hogar fue precisamente una cañonera de esa nacionalidad que anclaba en Puerto Nuevo. Allí, Perón atravesó cinco bravos días en los que la dictadura -se sabría luego- había querido asesinarlo una vez más, mientras se procuraba su salvoconducto. “Como argentino me avergonzaba la payasería de los marinos de mi país que, armados hasta los dientes, se habían instalado en el muelle, frente al cañonero”, escribirá él en la página 67 del libro que concibió en Panamá, con título tomado de una máxima de Cicerón que le calzaba perfecto a sus enemigos: La fuerza es el derecho de las bestias.


Tras esos lapsos complejos en los que el líder sufrió desequilibrios estomacales y malestares nerviosos, finalmente se concretó el pedido de asilo. Partió él en un bote a remo que lo depositaría en el hidroavión Catalina y en éste rumbo al Paraguay, donde fue recibido con gran afecto por ese pueblo. “Recibí una colonia y les devuelvo una patria justa, libre y soberana. Para ello, hube de enfrentar la infamia en todas sus formas, desde el imperialismo abierto hasta la esclavitud disimulada. Cuando llegué al gobierno ni los alfileres se hacían en el país. Lo dejo fabricando camiones, tractores, automóviles, locomotoras, bicicletas, motocicletas, máquinas de coser, de escribir, de calcular (…) El movimiento justicialista ha dejado al país una Constitución moderna y popular, y le ha inculcado al pueblo una doctrina política que nadie podrá ya destruir, a pesar de las calumnias y mentiras que lanzan todos los días. Para persuadir hay que estar convencido, y esta gente nada tiene ni en el cerebro, ni en el corazón; por eso no se convencen ni a sí mismos (…) Podrán destruir a Perón pero lo que les dejé en el alma de cada peronista, eso no lo destruirán jamás, ni con discursos, ni con sermones, ni con mentiras, ni con calumnias”, se lee en otro pasaje del libro citado.


En la Argentina, en tanto, Lonardi se declaraba Presidente provisional y el país empezaba así a pegar otro giro letal en –y para- su devenir. Los días golpistas habían provocado 156 muertos en todo el país, más un número indeterminado de víctimas producto de los arteros bombardeos sobre la sede porteña de la Alianza Libertadora Nacionalista. A la par, sermones y discursos bajo el lema de “Dios es justo” se combinaban sistémicos por parte de un gobierno que venía a impulsar casi todo lo contrario a lo que la doctrina peronista en acción dejaba. La subordinación del país al capital británico, pese al “nacionalismo a la violeta” de Lonardi, fue la matriz económico-ideológica que impulsó la autodenominada Revolución Libertadora. También la separación entre Estado y clase trabajadora, que durante el peronismo habían actuado en tándem. “La revolución de septiembre de 1955 no fue solamente un movimiento en que un partido derrotó a su rival, o en que una fracción de las Fuerzas Armadas venció a la contraria, sino que fue una revolución en que una clase social impuso su criterio sobre la otra”, escribirá Arturo Jauretche –otro tenaz luchador nacional cuando muchos desertaban- en la página 98 de Los profetas del odio, libro clave, contemporáneo a esos días, para comprender la impronta reaccionaria y criminal de la dictadura.

 


Lonardi terminaría asumiendo oficialmente el viernes 23. La frase “ni vencedores ni vencidos” que el dubitativo militar tomó del Urquiza desertor del nacionalismo popular tras derrotar a Juan Manuel de Rosas en Caseros, se tradujo en una especie de indeterminación tan hostil al peronismo como a su “anti”. La idea de un peronismo sin Perón tentaba más nada que poco a las filas populares, mientras que la “no intervención” de la CGT propuesta en principio por los lonardistas solo importaba a los jerarcas sindicales, a la vez que la no proscripción del Partido Peronista irritaba en demasía a los sectores ultraliberales. El primer discurso de Lonardi -emitido por radio LV2 de Córdoba- se hundió en la paradoja. “Sepan los hermanos trabajadores que comprometeremos nuestro honor de soldados en la solemne promesa de que jamás consentiremos que sus derechos sean cercenados”.


Los motivos del golpe


En suma, menos por los trabajadores y trabajadoras peronistas, que por supuesto seguían siendo mayoría en la sociedad argentina, y por sectores del pequeño y mediano empresariado, del Ejército, de curitas de barrio y de militantes vinculados a la cultura y al arte nacionales, el golpe cívico-militar fue bienvenido por las organizaciones patronales, el alto clero, la prensa, los partidos políticos, la Sociedad Rural, la embajada de Estados Unidos, el inglés Churchill y los sectores financieros. Y no solo por ellos. La mayoría de los sectores medios, que se había beneficiado como nunca bajo el gobierno peronista, y los intelectuales progresistas que suelen caer mil años después del lado del bien, también apoyaron a la Libertadora. Las pulcras mentalidades académicas, más cerca entonces de la Sorbona que de la Universidad Obrera Nacional, ni de lejos observaron lo que el –intuitivo- pueblo trabajador sí: que los golpistas estaban inventando una crisis económica y “moral” inexistente, bajo el propósito de avanzar contra los derechos laborales y la independencia nacional a partir de persecuciones, asesinatos, torturas y prohibiciones.


El fin último pasaba claramente por desactivar la Constitución del 49, que garantizaba derechos sociales y laborales; la igualdad jurídica entre el hombre y la mujer; los derechos de ancianos y niños; el nodal artículo 40’; la autonomía universitaria y la función social de la propiedad. Había que desactivar también el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (el IAPI) y su política industrial basada en centralizar el comercio exterior a través del Estado para, a partir de esos recursos que quedaban en el país, dinamizar otras áreas de la economía y proteger la industria local... ecuación virtuosa que, claro, colmó la paciencia de la oligarquía agropecuaria. Había además que hacer a un lado “para siempre” la tercera posición de la que Perón había sido pionero a partir de la doctrina del Movimiento Nacional expresada en La Comunidad Organizada, para ponerse bajo el dominio de Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional.


Había que ir a más después de septiembre pues. Y fue lo que ocurrió el 13 de noviembre de ese mismo año, cuando el dúo Aramburu-Rojas mandó a la casa a Lonardi para cumplir más limpia, cruel y profundamente la faena. 

 


Fuente: Página/12