A 48 años de los secuestros de los estudiantes
secundarios
"La Noche de los
Lápices no fue, sigue siendo"
Pablo DÃaz, Emilce Moler y
Gustavo Calotti, sobrevivientes de uno de los operativos más emblemáticos de la
última dictadura, reflexionan sobre el reclamo de justicia y los desafÃos para
la construcción de memoria.
15 de septiembre de 2024 -
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Pablo DÃaz, Emilce Moler y
Gustavo Calotti, sobrevivientes de la Noche de los Lápices.. Imagen: Archivo
Los tres fueron
secuestrados en septiembre de 1976, cuando tenÃan entre 17 y 18
años. Pasaron por el horror de los campos de concentración de la dictadura y se
despidieron de sus compañeros –otros pibes y otras pibas que iban a la escuela
secundaria en la zona de La Plata– sin saber que no volverÃan a verlos más.
Cuarenta y ocho años después siguen reclamando saber qué pasó con los chicos y
las chicas de la Noche de los Lápices –que serán recordados
este lunes con actos y marchas en todos los puntos del paÃs. Pablo
DÃaz, Emilce Moler y Gustavo Calotti –sobrevivientes de ese operativo
emblemático de la crueldad sin lÃmites de los genocidas– reflexionan sobre el desafÃo
de hacer memoria en tiempos de negacionismo oficializado.
Cuando sus captores le
dijeron que iba a ser legalizado, Pablo DÃaz se despidió a su modo de sus
compañeros de militancia secundaria. Les gritó, ahà en el Pozo de Banfield que
iban a salir. En diciembre de 1976, fue la última vez que escuchó las voces de
Claudia Falcone, MarÃa Clara Ciocchini, Claudio de Acha, Francisco “Panchito”
López Muntaner, Daniel Racero y Horacio Ungaro.
Pablo DÃaz estuvo el viernes
hablando ante pibes y pibas del Colegio Nacional de Buenos Aires (CNBA). Todos
ellos tienen las edades en las que se quedaron eternizados los pibes de la
Noche de los Lápices. Lleva casi 39 años yendo a distintas escuelas para
mantener vivo su recuerdo. Dice que arrancó con esa práctica en 1985, después
de declarar en el Juicio a las Juntas Militares. En esas charlas, a veces le
preguntan cómo puede aún reÃrse después de haber transitado lo inenarrable.
–¿Qué significan estos 48
años?
–Es como que no tengo una
fecha de aniversario. Tengo una historia permanente, particularmente desde el
momento en que me separé de los chicos en el Pozo de Banfield. HabÃa un
juramento de que Ãbamos a salir juntos. Ellos no han vuelto, pero mi sÃntesis
es que los traje conmigo. Yo creo que estuve bien. El esfuerzo de declarar ante
la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) o en el juicio
a los excomandantes o hacer la pelÃcula fue necesario. Cuando hablás con los
pibes, todos parten de que la historia más analizada en la sobremesa familiar
es la de la Noche de los Lápices. Cuando se habla de la represión de este
gobierno, los chicos cuentan que vuelven a tener una presión de sus padres con
respecto a que no se metan en nada –que no militen en centros de estudiantes o
agrupaciones polÃticas. Entonces hablamos del resurgimiento del miedo o de la
paralización por parte de los adultos.
–¿Cómo se hace memoria en
esta época?
–El hablar sobre la
sensibilidad social, la organización de los centros de estudiantes y del amor
sirve para confrontar con los discursos negacionistas. A veces me preguntan
sobre la falta de libertad. Les digo que en La Plata no podÃan caminar tres
pibes juntos o que se habÃan prohibido los recitales. En la última charla se
habló de la nena gaseada por la policÃa. Es un tema que trajeron ellos.
–¿Qué esperás de la
justicia?
–Yo necesito saber dónde
está Claudia para irle a decir las poesÃas que le hice. Hasta que no sepamos si
los quemaron dónde están sus cenizas o si los enterraron dónde están sus fosas,
no puede haber un arresto domiciliario o lo que sea porque no hay justicia
plena.
“Hay que recrear la forma de hacer memoria”
Emilce Moler tenÃa 17 años cuando
una patota llegó el 17 de septiembre de 1976 a la casa de sus padres para
secuestrarla. Era tan menudita que pensaron que no podÃa ser ella a quien
buscaban. Para entonces, estudiaba en el Bachillerato de Bellas Artes de La
Plata. Volvió a su colegio el viernes último para un acto en el que se
repararon los legajos de 28 estudiantes que fueron secuestrados. Regresó a casa
con la emoción en la piel y, a las horas, les mandó un mensaje conmovido a
quienes, desde la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), habÃan estado
trabajando con los pibes y con las pibas. Les dijo que ese acto era todo lo que
estaba bien.
Docente, Emilce hace tiempo que se pregunta cómo mejorar la transmisión para que el Nunca Más no sea simplemente una consigna.
–¿Qué sentÃs ante un nuevo
aniversario?
–Primero, como siempre,
está el recuerdo de los chicos y de las chicas desaparecidos. TenÃan entre
catorce y diecisiete años, y no les dieron la posibilidad de vivir. A medida
que pasan los años, tomás conciencia de la magnitud de ese hecho. También está
el recuerdo y la solidaridad para sus seres queridos. Es importante remarcar
que los cuerpos de los chicos no están. No se sabe dónde están, y quienes lo
saben no lo dicen. Es un delito que se sigue cometiendo. Entonces, la Noche de
los Lápices no fue, sigue siendo. Las desapariciones no fueron, siguen siendo.
Es importante explicar esto ante la cantidad de noticias que quieren sembrar
dudas o negar todos estos hechos.
–¿Cómo se sigue haciendo
memoria?
–Es una fecha que los estudiantes traen al presente y la resignifican con sus problemáticas actuales. Por supuesto que esto trae tensión y discusión. Y bienvenidas todas esas discusiones porque hacen que el hecho no quede en una cosa estática. Hay que ver cómo se conducen esas reflexiones o incógnitas. En la escuela, los docentes o los adultos en general tenemos un rol sumamente importante, de volver a contar, a decir y poner en palabras, pero quizá con otras estrategias. Los organismos o quienes quisimos contar la dictadura a lo largo del tiempo buscamos distintas estrategias. Hace unos años nos quedamos instalados con un determinado modo de hablar y casi como pensando que lo dicho estaba todo dado. Pensamos que si decÃamos “Nunca Más”, “Memoria, Verdad y Justicia” o mostrábamos el sÃmbolo del pañuelo o del lápiz, eso se reconocÃa y se respetaba. Pero eso se rompió. El Nunca Más tuvo un alcance hasta un determinado momento y hoy está deteriorado, como se vio con el intento de asesinato de Cristina Fernández de Kirchner. Por eso, es necesario construir un nuevo pacto social y polÃtico, que incluya el Nunca Más y dé respuestas a las nuevas realidades sociales.
–¿Cómo se les habla a los
pibes y a las pibas en este contexto?
–A las nuevas generaciones,
esos sÃmbolos no le dicen lo mismo que a las generaciones anteriores; por lo
tanto, tenemos que recrear las maneras de hacer memoria. Siempre lo hemos
hecho, encontraremos el modo. Hay que pensar que para un pibe 48 o 50 años no
es historia reciente, es historia. No es lo que lo interpela. Entonces, hay que
hacer esos esfuerzos didácticos para que vean ese pasado en este presente.
También hay que saber que no es lo mismo la respuesta a un adulto que quiere
relativizar o negar lo que pasó que la respuesta que se le da a un pibe que pregunta,
por ejemplo, si fueron 30.000.
“Hay que pasar la posta”
Gustavo Calotti tenÃa 17 años e iba al
Colegio Nacional de La Plata cuando lo secuestraron. Para entonces, trabajaba
como correo en la Jefatura de PolicÃa provincial. Allà fue donde lo detuvieron
el 8 de septiembre de 1976. En el Pozo de Arana compartió cautiverio con el
resto de los chicos de la Noche de los Lápices. A diferencia de Pablo y el
grupo que conformaban los pibes que están desaparecidos, no fue llevado al Pozo
de Banfield, sino que, como Emilce, fue conducido al Pozo de Quilmes.
–¿Qué representan estos 48
años?
–Uno no se olvida porque
sean 48, 47 o 50 años. Yo tengo presente cuándo me detuvieron, cuándo me
liberaron. Es algo que uno lleva hecho piel. Después, uno aprende a vivir con todo
eso: con sus cosas, con sus miedos y con sus fantasmas. Desde que comenzaron
los juicios en la época de (Rául) AlfonsÃn, creo que cumplà ampliamente con lo
que yo me habÃa prometido, que era tener memoria, recordar a cada compañero o
cada situación porque era una deuda. No puedo olvidar a estos compañeros, no
puedo callar, no puedo dejar de testimoniar.
–¿Y cómo se sigue haciendo
memoria?
–Llego ahora a una edad,
casi 66 años, en la que creo que hay que pasar la posta. No es que me cansé,
pero ni yo ni los compañeros que hemos sobrevivido vamos a vivir eternamente.
Tienen que ser otras generaciones quienes retomen esto y que hagan perdurar la
memoria de esto. La memoria tiene varios objetivos. Uno de ellos es aprender de
las experiencias, fortalecerse y no volver a cometer los mismos errores. Y
hacer que la sociedad comprenda que la impunidad no debe existir para nadie.
Vos no podés hacer lo que querés porque tenés un poco de poder --ni en la época
de los militares ni ahora con este señor que tenemos como Presidente. Yo creo
que es eso lo que tenemos que dejar como enseñanza: que acá somos todos iguales
ante la ley, aunque a veces no lo parece.
–¿Esperabas que dijeran
algo los represores en el juicio de las Brigadas, que terminó en marzo?
–Yo perdà la expectativa de
que esta gente declare algo. Hay una ley de silencio, la omertá. Es una especie
de mafia. Es una protección que tienen entre ellos. Son tan jodidos como
personas que hasta sabiendo que les queda muy poco tiempo de vida no van a
decir dónde está Clara Anahà o los cientos de bebés que se robaron en aquella
época o dónde fueron enterradas tal o cual persona. Se van a ir a la tumba con
todas estas cosas.
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